Carta de la DIFAM a las Familias

Carta de la DIFAM a las Familias

Saludamos con gozo en el Señor, a todas las familias y fieles laicos, deseándoles paz y bendición.  

El X Encuentro Mundial de las Familias convocado por el Papa Francisco, a realizarse en la ciudad de Roma, del 22 al 26 de junio del 2022, y que tiene como tema central: “El amor familiar: vocación y camino de santidad”, forma parte del actual camino sinodal de la Iglesia y se convierte en una valiosa experiencia de participación, comunión y misión para todas las familias. 

Con mucha emoción y esperanza compartimos la petición del Santo Padre, para que todas las diócesis del mundo puedan realizar de manera multicéntrica algunas actividades relacionadas con los objetivos y la temática del Encuentro Mundial. Por tal motivo, se ha recopilado una gran riqueza de textos, materiales y recursos pastorales que pueden ser aplicados, en múltiples contextos, por provincias, diócesis, parroquias, y por todo grupo o movimiento que se dedique a la formación, atención oacompañamiento de las familias.

Mencionamos a manera de luces, algunos puntos importantes, para el envío de las familias a la Misión: 

La familia, desempeña hoy un papel decisivo en los caminos de la conversión pastoral de nuestras comunidades y de la transformación misionera de la Iglesia, y para ello es necesario actuar con audacia y creatividad. Esto implica, continuar el trabajo y atención pastoral con fidelidad creativa al Evangelio y a la experiencia viva de los creyentes, para que la alegría del amor, que encuentra en la familia un testimonio ejemplar, se convierta para todos en el signo eficaz de la bondad y de la misericordia de Dios.

Cada familia está llamada a abrirse para donarse a sí misma, pero también para acoger la ayuda de otras familias. En las sociedades individualistas de hoy, en las que las familias sufren la soledad y el aislamiento, sobre todo en situaciones de grave dificultad, el entorno comunitario se convierte en algo esencial para salvar a ellas mismas, haciéndoles sentir que no están solas en cada uno de los retos y dificultades que tienen que afrontar.

La familia cristiana está llamada a tomar parte viva y responsable en la misión de la Iglesia, poniendo a su servicio y de la sociedad, su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y de amor». (Cfr. FC 50). Cuanto más crece en los esposos y padres cristianos la conciencia de que su iglesia doméstica es partícipe de la vida y de la misión de la Iglesia universal, tanto más podrán ser formados los hijos en el «sentido de la Iglesia, y sentirán toda la belleza de dedicar sus energías al servicio del Reino de Dios”. (ChL 62) 

Es esencial cultivar en la familia, la santidad a la que el Señor nos llama, la cual crece, a través de los pequeños gestos de cada día (Cfr. Gaudete et Exultate 16). Y recibir diariamente en familia la gracia de Dios, a través de la oración, la palabra de Dios y la Eucaristía. Esto nos permite aprender, con perseverancia y paciencia, a amarnos unos a otros y a amar como Jesús ama.

La experiencia de fraternidad aprendida y vivida en el hogar, podrá germinar como una promesa sobre toda la sociedad y sobre las relaciones entre los pueblos. Si convertimos en algo normal el amor en el hogar, a imagen de la Sagrada Familia, cada una de nuestras familias podrá hacer hoy una contribución insustituible al mundo, para crecer en el amor verdadero, en la paz, y en la solidaridad más auténtica. Por tanto, cada familia está llamada por Dios a tener la experiencia gozosa y renovadora de la «reconciliación», de la comunión reconstruida y de la unidad reencontrada. (FC 21)

Hagamos nuestras las palabras, que el Santo Padre aconseja, permiso, gracias, perdón, para que cada miembro de la familia pueda reconocer sus propios límites, y reconociendo la propia debilidad, no quiera dominar al otro, sino respetarlo, y nunca pretender poseerlo.

Resaltemos, como punto medular, la importancia de los abuelos dentro y fuera de la familia, en la sociedad y en la comunidad eclesial; su papel es decisivo en la transmisión de la memoria y de la fe de una generación a otra. Sin olvidar, la gran cantidad de situaciones difíciles y familias heridas que viven y sufren a nuestro lado. A las que hay que acoger y acompañar, con ternura y sabio discernimiento (cfr. AL 291) Entre ellas, las familias que han perdido a un ser querido víctima de la violencia, o de quienes desesperadamente los buscan entre los desaparecidos; tampoco perdamos de vista las condiciones de vida de las familias más vulnerables y pobres; los enfermos, los desempleados, los presos, los migrantes, los alejados y los que se han ido. 

Trabajemos, finalmente, siempre en comunión y con una adecuada integración, la pastoral familiar diocesana, con sus distintos grupos parroquiales, y las fuerzas de los grupos, y movimientos laicales, que trabajan en la atención y acompañamiento a las familias a nivel nacional. 

En las manos de María Santísima y de San José, encomendamos a todas las familias de México y del mundo. 

A 15 de junio del 2022. 

Mons. Alfonso G. Miranda Guardiola. 

Obispo Auxiliar de Monterrey, y responsable de la Dimensión Episcopal de Familia